24.6.10

Richard Forman / Imaginar un mosaico terrestre en el que puedan desarrollarse tanto la naturaleza como las personas

Pregunte a algunas personas si el lugar donde crecieron es en la actualidad mejor o peor y una sorprendente mayoría casi siempre responderá "peor". A pesar de algunas encantadoras mejoras en puntos concretos, en general la Tierra continúa degradándose. Esto hace que la fundamental dependencia humana de los recursos naturales sea más arriesgada y menos sostenible.

Ya Platón describía lo que sus antepasados hicieron con Grecia, y le dejaron sólo una etapa final de este proceso. La degradación de la Tierra anuncia una crisis que se avecina e, irónicamente, ofrece una oportunidad única de planificación y acción. La mayoría de nosotros trabaja para mejorar el mundo de manera incremental. Con todo, un enfoque alternativo, quizá más prometedor, consiste en esbozar una visión. En el caso que nos ocupa, el objetivo es un paisaje en el que tanto la naturaleza como las personas puedan desarrollarse a largo plazo. Nuestras palabras encierran visiones del paisaje, pero también pueden interpretarse como imágenes veladas.

Paisajismo ecológico y mosaico terrestre

Aunque son necesarias muchas disciplinas del pensamiento, podemos afirmar que en la actualidad la ecología del paisaje emerge como la base más útil para esta visión. Esencialmente, se trata de la ecología de los mosaicos terrestres; es decir, se adopta sobre los paisajes, las regiones y las zonas una perspectiva como la que tenemos desde la ventanilla de un avión o a través de una fotografía aérea (Forman, 1995; Burel y Baudry, 1999; Fariña, 2000; Ingegnoli, 2002). La ecología paisajística se centra en los patrones espaciales de los usos del territorio y los ecosistemas naturales, en los movimientos y los flujos de las especies, el agua, los materiales y las personas a través del mosaico terrestre, y en los cambios de los patrones de este último a lo largo del tiempo (Forman y Collinge, 1997; Forman, 2001). Un modelo matricial de corredores entre los teselas del terreno, con atributos espaciales fácilmente comprensibles, proporciona un lenguaje espacial simple que cataliza el entendimiento, mejora la comunicación entre las distintas disciplinas, los responsables de las decisiones y el público, y proporciona un cómodo instrumento para la comprensión y la acción (Dramstad et al., 1996; Forman y Hersperger, 1997; Forman, 1999, 2000).

En la ecología del paisaje han surgido algunos patrones genéricos que parecen tener una aplicación amplia, si no universal (Forman, 1995; Burel y Baudry, 1999; Fariña, 2000; Ingegnoli, 2002). Para crear la visión de mosaico terrestre, agrupamos nuestros principios cognitivos fundamentales, los representamos como modelos diagramáticos (Dramstad et al., 1996; Forman y Collinge, 1997) y perfilamos un marco espacial o diseño preliminar que dispone la naturaleza y las personas para cumplir el objetivo fundamental. Por el momento, aunque esta visión encapsulada parece embriónica y velada, va materializándose lentamente. Pero es un rayo de esperanza, una rara y concreta base para el optimismo.

Una visión de la naturaleza y las personas

El mosaico terrestre se considera aquí desde tres perspectivas, con visiones de algunos componentes determinados en cada una de ellas. La primera, una perspectiva general, destaca el patrón espacial del paisaje en conjunto (Forman y Hersperger, 1997; Forman, 2000). La segunda, una visión de primer plano, se centra en piezas concretas del puzíe del mosaico terrestre (Forman, 1995). En la tercera, observamos el funcionamiento y los cambios del mosaico, los movimientos y los flujos que atraviesan el patrón y los cambios de este último a lo largo del tiempo (Bennett, 1999; Forman, 1999, 2001).

Visión de conjunto de un patrón de mosaico terrestre.

Destacan algunas zonas o áreas o manchas grandes de vegetación natural, cada una de ellas rodeada de fragmentos de naturaleza. Plantas verdes a lo largo de los cauces principales. Conexiones entre las grandes manchas verdes (Bennett, 1999). Fragmentos de naturaleza esparcidos en una matriz de actividades humanas. Los principales usos del territorio básicamente se agrupan juntos en grandes áreas. Pequeños enclaves de actividad humana concentrados junto a los límites de los principales usos del territorio. Puntos estratégicos rodeados de una visible actividad de gestión y planificación. Sistemas de carreteras con canalizaciones para el agua, con pasos para los animales y las personas, y lo bastante tranquilas para que las personas y los animales puedan vivir cerca de ellas (Rosell et al., 1997; Forman y Alexander, 1999; Forman y Deblinger, 2000). Un terreno de grandes zonas de grano grueso, pero con presencia de zonas de grano fino. Marco general o puz-le jerárquicamente organizado, pero con sus piezas vinculadas a través de bucles de feedback.

Visión de las piezas concretas del puzle.

Algunas zonas o piezas del puzíe exhiben una gran abundancia de procesos naturales; otras, actividades humanas, y muchas combinan ambas. Las construcciones evitan zonas conflictivas y se organizan para ofrecer beneficios medioambientales y sociales. Cultura local y regional que se manifiesta en la estética y el patrimonio de los lugares. Flujos y procesos ecológicos del territorio poco interrumpidos por las estructuras humanas. Las zonas construidas presentan abundantes formas naturales y aparecen salpicadas de enclaves de gran riqueza biológica. Rutas para pasear y puntos de reunión en las áreas construidas y frecuentes destinos de uso diario en el ámbito del hogar. Construcciones y vías de transporte cargadas de vegetación. Compatibilidad de piezas adyacentes del puzíe tanto para las personas como para la naturaleza. Cada pieza se sostiene mediante enlaces con una constelación de piezas vecinas del puzle.

Visión de un mosaico en funcionamiento y en evolución.

Agua, suelo, nutrientes y especies se mueven de manera natural en algunas grandes zonas y con la mínima degradación en muchas de las áreas. Los flujos de personas y bienes se combinan eficazmente con los flujos naturales. Paisaje cambiante, no "de la noche a la mañana" como en economía y política, sino de manera sostenible, al ritmo de la cultura local y regional. Las piezas concretas del puzíe se transforman en armonía, con patrones de uso del territorio que cambian siguiendo una lógica ecológica.

Éstos no son más que retazos de una visión para una naturaleza y una población sostenible. Pero, ¿hasta qué punto es practicable o realista esta visión? Cuando las trayectorias de los signos vitales del territorio señalan una tendencia negativa, la crisis amenaza, y esto nos obliga a encontrar alternativas positivas y a cambiar. Los patrones y procesos espaciales ecológicos antes descritos están directamente relacionados con indicadores socioeconómicos, culturales y de calidad de vida. En diversos lugares de todo el mundo se implementan soluciones de paisajismo ecológico concretas que están marcando una diferencia (Dramstad et al., 1996, Burel y Baudry, 1999; Fariña, 2000; Ingegnoli, 2002). Sin embargo, en ningún lugar se ha aplicado la gama de soluciones que acabamos de describir.

Conclusión

El futuro no es sólo lo que tenemos ahí delante. Tampoco es lo que creamos. Más bien, el futuro es lo que la naturaleza y nosotros formamos juntos. Mosaicos terrestres visionarios, en los que la naturaleza y las personas se desarrollen a largo plazo, esperan a que los representemos y están ahí a nuestro alcance, en el horizonte.

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